Encontramos donde aposentar nuestro petate gracias al Tomtom, la intuición, las carreteras vacías a la hora de la comida.
Montamos el campamente rápido. Acostumbrados como estamos a la trashumancia. ¿Que les parece? Idílico, ¿no?
Mas tiempo llevo dar con la estación de tren que nos llevaría al centro de Roma. Lo de estación es un proyecto que algún día se realizara, dicen los tablones apuntillados a una verja rota. De momento se queda en apeadero con olor a orines, grafiti como arte, En consonancia con los vagones. Eso sí, aquí como en el pueblo, el tren espera si te ve llegar corriendo. No como los hijos de la Renfe que todavía creen que la puntualidad es joder al prójimo. Más que eso: el maquinista se baja presto a sacar el musculo necesario para subir al usuario en silla de ruedas al vagón. Que rampas modernas no tenemos pero amor al prójimo y soluciones rapidas a problemas esenciales, lo que usted quiera.
Llegamos al sur, hermano.
Entramos por la estación de Flaminio frente a la plaza del Popolo, pueblo. ¡Ojo a los carteristas! Nos estaban esperando. Los unos y los otros. Los otros pueden verlos en esta foto. La banda de música de la guardia urbana del ayuntamiento de Roma. A toque de marcha fascistoide nos da la bien venida. Igual que los domingos de todo el año en Compostela Capital. A donde íbamos a captar el culo de las hembras endomingadas antes de darnos a la taza de ribeiro con patata picante en el Pataca. Permitame que me ponga nostálgico. Me estoy volviendo viejo. La emoción me partió por segundos el alma.
Hasta que le vi la cara al dirigente. Gesto adusto de emperador romano. Quedaría perfecto en un drama viscontiano disfrazado de obrero comunista. Igual papelón haría vestido de general fascista en un peliculón de Fellini.
Total, que a ritmo de canticos napolitanos nos fuimos a atizarnos el primer helado antes de postrarnos a los pies de Cesar ante el Coliseo: ¡Ave Cesar, los que están dispuestos a seguir disfrutando de la vida mientras el cuerpo resista, te saludan!
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