domingo, 25 de septiembre de 2011

Faro de la Coubre







Te lo encuentras de golpe. Al final de una pista asfaltada. A donde no vas si no lo buscas. A un lado la bahía de fondos fangosos y ostras. Al otro lado el océano amenazante. De noche solo ves la luz del faro. El camino de arena a la playa es sobrecogedor. Entre los pinos y los amantes llegas al arenal en la que las canciones del mar exhiben la música bronca de olas de cuidado.
De mañana se ve lo que hay. Un mar encabronado donde los socorristas vigilan atentos los dos metros de playa donde te dejan mojar los pinreles. Un faro de campeonato al que puedes subir si tu corazón lo resiste. Una puerta en la que el farero exige su impuesto revolucionario.
Allí arriba se adivina que por estos parajes los navegantes deben huir. La arena de la playa, concurrida durante el día por familias bien pensantes y carteras llenas, se nutre por la noche de parejas que recuerdan que los pinos no están para sostener a las dunas; se han convertido en el lupanar donde follar a la luz de la luna y el faro. Que con tanta luz, a esas horas, no hay quien se equivoque de deseo. El resto, ya saben, es literatura de terror. En cualquier caso, con el Océano de esas costas, no juegue. Es la cabrona desembocadura de un rio, ya sabe, sitio de poco fiar.

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