sábado, 15 de octubre de 2011
Mejillones belgas
En Bélgica, mejillones. A todas horas. En cualquier sitio. Se los hacen como los quiera. Les recomiendo que escojan “ a la trapense”. Hechos con la cerveza de los monjes. Mientras que se los come acompañados de una buena doble, double. Corsendonk, si me lo permiten. Claro que si usted se ha quedado colgado en la civilización del vino siempre hay quien los haga con un buen chorro de mal vino y abundantes zanahorias y puerros.
Lo de llamarles belgas es mas que nada por el lugar donde los come, ya que la mayoría vienen del norte: Holanda. Cultivados en el Waddenzee, metidos a depurar unos días en Zeeland, vendidos bajo la denominación de origen del mismo sitio. Malos a matar. Una cosa raquítica e insípida en la mejor tradición del tomate holandés que algunos ampliamos a sus mujeres: redondos y hermosos por fuera, faltos de cualquier sabor por dentro.
Mejillones belgas si hay. Pero pocos. Y caros. Ahora se han tirado al mejillón del Perú, como el holandés, y al chileno, algo mejor. Jamás tendrán el sabor supremo del mejillón galaico, ese manjar para sibaritas que sabe a MarOceano. Pero no se puede pedir todo en la vida. Así puestos, dedíquese al “superjumbo” holandés, páguelo a precio galaico, y para no sentir nada atícese unas buenas botellas del elixir trapense.
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