domingo, 1 de enero de 2012

Navajas


Las cogíamos a mancheas debajo del puente del ferrocarril de Pontedeume. Al otro lado. En la Praia de Cabanas. Solo había que meter la mano y escarbar donde la arena “respiraba”. No daban un duro por ellas. Ni una mota, el patacón de los ferrolanos. Las llevabas para casa. Cuando se ponía el sol que nunca tenía prisa. Siempre marcado por la llegada del comboio. El correo de Madrid que se anunciaba pitando desde los altos de Ber. Había que arramplar con la toalla y correr al apeadero de Cabanas donde el tren siempre descansaba hasta que los bañistas se adecentaban para seguir el camino. Tiempo había para vestirse. Jamás tenía prisa. Además, paraba en Franza, nuestra Francia particular, donde había de todo. Nísperos, cine, las hijas de don Eustaquio, la mejor biblioteca erótica de la vuelta propiedad de don Ramón, el crego, que usted dice cura….
Al llegar por Neda ya habíamos limpiado la arena de las navajas a cuenta de la Renfe, mierda de tíos que decían no entender lo que hablábamos. Billete de tercera y limpias tú, castellano del carallo. En casa, lavarlas con agua y dejarlas un rato en mas agua salada con limón. Después de darles el último meneo, con una gota de aceite, las tirábamos en la plancha de tía Pilar. Se abrían un a una. Protestando, alargándose, eyaculando las esencias del mar Ártabro de aquella no contaminado. Era de ley. El que más navajas comía más grande piranjallo tenía.
Aquí las tiene. Siguen costando nada. Siguen sabiendo a mar bravo. Sigue teniendo arenas si no las limpia. Siguen. Por ahí. En Cabanas ya no hay. Primero llegaron los madrileños con cubo y pala. Arrasando, ¿eso se come? ¡Anda marisco gratis! Luego hubo que sacarlos a palos ya que no entendían. Más tarde la cagaron los de costas cuando intentaron evitar lo inevitable: que el rio arrastra arena y la profundidad del puerto disminuye. Hoy ya no hay calado para los grandes pesqueros. Tampoco navajas. Menos marisco gratis. Preas, sí. A centos!

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