La última vez que estuve en Venecia se me cayó el alma a
los pies. Habían matado la Republica. Convertido en parque de atracciones por
tenderos y cuervos, los turistas deambulaban sin otro destino que el que les
marcaba las guías que todos llevaban a mano.
La vida había desaparecido del centro. Solo comercios que
venden abalorios traídos de China,
restaurantes ulcerativos, casa de moda
para ricos enfrente al hotel para ricos.
La Academia como circo, los trasatlánticos cargados de viejos americanos atracados
en el centro… como substitución de los viejos venecianos expulsados de sus
casas al negarles las facilidades de la existencia. Para no volver.
La misma sensación de desasosiego te entra si hoy vuelves
a Compostela. La de siempre. La misma alianza de tenderos y cuervos en el poder
destrozan la ciudad de siempre. Acabará como Venecia. O peor, ya que Compostela
con tanto peregrino andarín se ha convertido en el destino del turista del
bocadillo. Ese, el que los bares anuncian a bombo y platillo: Bocadillo “del peregrino” a 1,80. ¡Imagine lo que
comen!
El invento Compostela de la época actual fue pensado en
una servilleta de papel en el bar Camilo, un clásico compostelano refugio de la
derecha y derechona, no confundir, local. Allí entre copas de albariño y amandi
el sr. Portomeñe, a la sazón consellerio de Manolo Fraga, ideo el evento. Los
cuervos eclesiásticos se apuntaron con pasión al invento. En aquellas épocas la
catedral se caían de soledad y mal de la piedra y el plan prevía sustanciales
ganancias de salir bien la cosa. Sin riesgos.
Los políticos locales, capitaneados por los señoritos
socialistas hicieron lo mismo. Aquello solo podría aumentar las inversiones en
la lucha de Compos Capital contra la Coruña puesta de rodillas.
El invento fue formidable. Funciono de maravilla. Todavía
no me explica como no se ha levantado una estatua al Conselleiro, que es lo que
corresponde.
El dinero fluye, hoy por la crisis menos, por las rúas de
Compostela. La ignorancia también. Están asesinando la ciudad. ¿En que se nota?
Cada dos metros una tienda de suvenires hechos en China. Cada medio un bar, una
tasca, un restaurante, una cafetería, una pensión. Ya no se vive en las rúas graníticas
de Compostela.
Antaño, entrando
en la Rúa do Vilar, el eje de la Compostela de siempre, tenía usted a mano
izquierda tres librerías bien surtidas. González se transformo en tienda de
ropa para disfrazarse de explorador. En la segunda venden abalorios chinos.
Solo queda Atrancos como pieza de
resistencia; compensando con la venta de las guías al uso la buena colección de
literatura. ¡Que los dioses te conserven el alma librero!
En Compostela ya no hay tiendas de lujo. Las que hubo,
que haberlas las hubo, cerraron de golpe. Al turismo de calidad no les gusta la
masa vociferante. Los tenderos del barato se quejan que los bocadillos están por
los suelos y ni con esas. ¿Quién les explica a estos imbéciles que entre matar
el hambre o el gusto por el viaje el pueblo obrero escoge por lo primero?
No sé que recomendarles. Si nunca han ido, vaya corriendo
antes de que sea demasiado tarde. Si ya la vio no regrese; so pena de dolerse
del alma. Solo queda la idea aparentemente reaccionaria y elitista de esperar
que tras la crisis larga e inmensa los parques temáticos se destruyan con la caída
del capital rapiña. La cosa no es nada segura. Es mas, es improbable. El hombre
es el único animal que da dos y cincuenta veces en la misma piedra. Por mucho bastón
de peregrino que se use para no caerse.
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