martes, 17 de julio de 2012

Compostela como parque de atracciones


La última vez que estuve en Venecia se me cayó el alma a los pies. Habían matado la Republica. Convertido en parque de atracciones por tenderos y cuervos, los turistas deambulaban sin otro destino que el que les marcaba las guías que todos llevaban a mano.
La vida había desaparecido del centro. Solo comercios que  venden abalorios traídos de China, restaurantes ulcerativos,  casa de moda para  ricos enfrente al hotel para ricos. La Academia como circo, los trasatlánticos cargados de viejos americanos atracados en el centro… como substitución de los viejos venecianos expulsados de sus casas al negarles las facilidades de la existencia. Para no volver.
La misma sensación de desasosiego te entra si hoy vuelves a Compostela. La de siempre. La misma alianza de tenderos y cuervos en el poder destrozan la ciudad de siempre. Acabará como Venecia. O peor, ya que Compostela con tanto peregrino andarín se ha convertido en el destino del turista del bocadillo. Ese, el que los bares anuncian a bombo y platillo: Bocadillo  “del peregrino” a 1,80. ¡Imagine lo que comen!
El invento Compostela de la época actual fue pensado en una servilleta de papel en el bar Camilo, un clásico compostelano refugio de la derecha y derechona, no confundir, local. Allí entre copas de albariño y amandi el sr. Portomeñe, a la sazón consellerio de Manolo Fraga, ideo el evento. Los cuervos eclesiásticos se apuntaron con pasión al invento. En aquellas épocas la catedral se caían de soledad y mal de la piedra y el plan prevía sustanciales ganancias de salir bien la cosa. Sin riesgos.
Los políticos locales, capitaneados por los señoritos socialistas hicieron lo mismo. Aquello solo podría aumentar las inversiones en la lucha de Compos Capital contra la Coruña puesta de rodillas.
El invento fue formidable. Funciono de maravilla. Todavía no me explica como no se ha levantado una estatua al Conselleiro, que es lo que corresponde.
El dinero fluye, hoy por la crisis menos, por las rúas de Compostela. La ignorancia también. Están asesinando la ciudad. ¿En que se nota? Cada dos metros una tienda de suvenires hechos en China. Cada medio un bar, una tasca, un restaurante, una cafetería, una pensión. Ya no se vive en las rúas graníticas de Compostela.
 Antaño, entrando en la Rúa do Vilar, el eje de la Compostela de siempre, tenía usted a mano izquierda tres librerías bien surtidas. González se transformo en tienda de ropa para disfrazarse de explorador. En la segunda venden abalorios chinos. Solo queda  Atrancos como pieza de resistencia; compensando con la venta de las guías al uso la buena colección de literatura. ¡Que los dioses te conserven el alma librero!
En Compostela ya no hay tiendas de lujo. Las que hubo, que haberlas las hubo, cerraron de golpe. Al turismo de calidad no les gusta la masa vociferante. Los tenderos del barato se quejan que los bocadillos están por los suelos y ni con esas. ¿Quién les explica a estos imbéciles que entre matar el hambre o el gusto por el viaje el pueblo obrero escoge por lo primero?
No sé que recomendarles. Si nunca han ido, vaya corriendo antes de que sea demasiado tarde. Si ya la vio no regrese; so pena de dolerse del alma. Solo queda la idea aparentemente reaccionaria y elitista de esperar que tras la crisis larga e inmensa los parques temáticos se destruyan con la caída del capital rapiña. La cosa no es nada segura. Es mas, es improbable. El hombre es el único animal que da dos y cincuenta veces en la misma piedra. Por mucho bastón de peregrino que se use para no caerse.






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