Los que (sobre)vivimos en el norte frío sabemos que las cuatro estaciones es una pieza de Vivaldi. No mas. Aquí el mundo se divide en verano -cuando hay- e invierno -casi siempre-.
Sale el sol y calienta de gusto, o es lluvia y frio a mares. Otra cosa
no hay. Hoy que hay sol, de abrigo, da la cosa para sentarse en una de esas
terrazas que se alumbran con estufas y mantas de flece al estilo alpino.
Allí, entre el capuchino y el discurrir de las ninfas empaquetadas
queda el recuerdo del verano que este año si vino.
Fue intenso. De sol y mas sol del que escapamos- para reivindicar que
la mejor época es el otoño que no hay-. Con vientos de muerte solo aptos para
navegantes atrevidos. Fue...
Si no te consuelas en la sociedad
moderna es porque no quieres
dicen por aquí. Tenemos de todos y no nos queda nada. Hablan de hambre y
exhiben obesidad. De las patatas con mayonesa y el agua teñida y edulcorada que
beben para saciar la nausea.
De la vieja polémica Camus o Sartre ya saben que el ultimo se
equivoco. De aquella y hoy. Doblemente. La nausea de los que lo tienen todo los
devora. Siempre. Desde dentro.
Dice uno de mis pacientes espabilados que el tema esta mal propuesto.
Los del todo no tienen nada. Si tienes, no hay nausea. !Y dale con la
definición del concepto!
Total, que recomenzamos a esperar que vuelva el verano; por habito,
ocupación, actitud, desasosiego, estado natural, lo que usted quiera. Mientras
el invierno va llegando y lo atrapa todo, revivimos lo que pateamos en el corto
verano, que fue mucho. Si no, mire la cantidad de puestas de sol, cerveza en
mano, que nos ofreció el océano. Allá, en la frontera del Mardefora
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