Puestos los pies
en la turba de las Hautes Fagnes solo queda andar. Yo no se si a usted le pasa
lo mismo pero a mi devorar kilómetros me da hambruna. ¡Feroz!
No debo ser el único
visto la cantidad de chiringuitos, restaurantes, casas de comida, que se
encuentran en la carretera. Abarrotadas de hambrientos que no tiran papeles. Pero
comer, lo que se dice comer, solo es posible en un lugar. Viejo como la historia.
Existe desde que hay memoria. Si duda puede recrearse contemplando las viejas
fotos que decoran sus paredes. Hoy, desde fuera, es así:
No tiene perdida.
La Barraca de Michel es imposible no encontrarla. Allí conducen todos los
caminos. Como siempre. Cuando había una corredoira que iba a ninguna parte allí
ya estaba. Hoy sigue estando.
Les recomiendo
que se nutran con una trucha a la italiana. No se arrepentirá. Tampoco de pedir
de entrada unos pates de las Ardenas. Todo ello regado de la excelente cerveza
blanca que venden en exclusiva. Barato.
Entrando le
preguntaran educadamente a que viene. ¿Beber o comer? De su respuesta dependerá
si lo sientan en una u otra parte de la cabaña. En los meses de invierno,
nevado, los esquiadores de fondo se deslizan por los caminos hasta el agotamiento. Verlos desde dentro,
templados por la lareira y un buen trozo de jabalí no tiene desperdicio.
De paso, si le
entra el vicio y le da por ponerse andar, por unos euros le darán un mapa
detallado de las sendas del parque natural. Para no perderse y volver. A papar.
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