La cerveza blanca
es una desconocida en el sur de Europa. Belgas, holandeses y alemanes la
adoran. Yo también. Cerveza elaborada con grandes cantidades de malta se
convierte en un elixir espeso que sacia la sed mientras que deja en el paladar
un regusto cítrico que los horteras se empeñan en asesinar añadiéndole limón.
El paradigma de
la cerveza blanca es la belga Hoegaarden. Aunque ya no esta elaborada por los frailes es una exquisitez superior a la comercialmente
potente Erdinger, alemana. Ninguna de ellas se acercan a la mejor
cerveza comercial que se elabora en Europa: la Korenwolf, ardilla, de Gulpener Bierbrouwerij en Gulpen, Países Bajos.
Por todos los
sitios salen elixires nada desdeñables. Pateando las turbas de los páramos
ardenenses me zampe una trucha al gusto italiano regada con esta joya: La cerveza blanca de la barraca Michel.
No pierda el
tiempo preguntando de donde viene. No sé si tienen antepasados pero sí que dominan a la perfección
las técnicas galaicas del camuflaje: Por aquí, es de la casa, pruebe, pruebe…
no se maree y beba. Deliciosa.
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