Pateando por las
calles de Barcelona encontré en unos ultramarinos de postín estas botellas.
Desconozco el sabor de los caldos. Por suerte para mi faltriqueira la tienda ya
estaba cerrada. Pero no me dirá que las etiquetas no son otra cosa. El uso de
la botella como soporte para transmitir otra imagen del vino.
De vuelta a la
dacha discutimos con el personal. Los conservadores les auguran poca venta. El
pueblo, conservador, sigue atado a la etiqueta tradicional. Sinónimo, falso, de
calidad. Vamos, como los bancos. Empeñados hasta el tuétano.
Los modernos
gafapastas orgasmizan con la idea. Dentro de poco ya superamos a las galerías con
estos soportes más sabrosos que una mísera pantalla digital.
El snob
modernista vaticina que de aquí a dos pasos todas así. El capitalista ve
posibilidades para anunciar cualquier cosa…. De todo he oído. Hasta el
consabido deseo pornográfico. Mientras la discusión sigue, sigo sin tenerlo muy
claro. Algo es indiscutible: son hermosas, son distintas
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