Partimos de temprano para Saas-Fee. Pueblo suizo del cantón de Valais. Tiene fama de ser centro invernal de no rascarla. Eso que ahora los modernos llaman vacaciones. Aunque aquí, la mayoría, se agota el cuerpo en subir y bajar la montaña de todas formas posibles. Que los más se dediquen al esquí no quiere decir que otros deportes no suban en el top. Ahora, lo montante, son las raquetas de nieve. La única forma de escapar de las masas. Mientras dure.
Saas-Fee presume en la propaganda de ser republica libre de vacaciones. No crea usted que es coña. De entrada en su aposento le dan un carnet de ciudadano con su nombre impreso. Que le da derecho a obtener descuento en tiendas, bares, chiringuitos, aparcamiento, autobús, y lo que se mente. Debe de funcionar, ya que aquí abrigos de pieles no se ven, modelos de plástico caros tampoco. Todos se dedican a lo suyo y ellos, suizos, llenan la caja. Con la discreción y la eficacia de siempre.
Queda lejos. Muy lejos. No hay autopista que allí llegue. Hay que trepar monte arriba. Curvas y más curvas con el sol cegándote. ¿Por dónde carallo va la carretera? Sin prisas, llega. Al aparcamiento. Que no lo dejan entrar motorizado en el pueblo. Presumen de “libre de coches”. Es como casi todo en Suiza una mentira. A usted le obligan a dejar el coche en el garaje del que se nutre el ayuntamiento. Ellos se deslizan en vehículos eléctricos, de los que hay tantos, que es más complicado andar por las calles que en cualquier pueblo nuestro.
Presumen de, antes que nadie, haber tenido una visión ecológica del desarrollo. Cuando en 1950 el ministro de turno les asfalto la vieja corredoira, los lugareños se negaron a que entrara en el pueblo. Usted puede creerlo. Es una mentira piadosa de las muchas que se han inventado los portacasullas. Se oponían a la entrada del dinero, perdón, progreso. De aquella, los prehistóricos vaqueros se empeñaron en seguir en la prehistoria acompañando los acordes del párroco local. Que desde el pulpito los arengaba sobre los peligros de violación por aquellas turbas inglesas que se dedican a trepar las cumbres para después tirarse como energúmenos monte abajo.
Lo del esquí alpino, ya se lo he contado alguna vez, es un invento moderno que se debe a los ingleses. Sobre todo a los militares ingleses. Aquellos oficiales que se dedicaron a disfrutar de la vida en los picos afganos, cuando aquellos lares eran uno de los paraísos de la tierra, buscaron la alternativa europea cuando se acabó la ganga. Los primitivos vaqueros suizos no desmerecían la apuesta. Hoy, lo que hay, ya lo ve. ¿Envidia no?
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