Los que nos
educamos en la beira del mar Ártabro aprendimos que hay playas de arena blanca,
arena, negras, coios y ribera. Otra cosa es imposible. En Mull hay que cambiar
el diccionario. Una playa de arena blanca se llama aquí, de plata. Nada de señuelo
propagandístico. Se llama así de siempre. Antes de que inventaran a los
turistas.
No es baladí.
Estos escoceses pertenecieron demasiado tiempo al club de los hijos de la Gran Bretaña.
Pierden el culo por todo lo que sea capital.
Buscando la arena
plateada del folleto turístico nos jugamos la vida por un camino de cabras por
el que no pasa ni un coche. A un lado el precipicio. Al otro lado lo mismo. El
pueblo acompañante reza en silencio a lo que sea. ¿Como les explico? Disfrutar
de los badenes de la carretera a 20 km por hora. Llegas a apreciar la construcción
del Land Rover que nos lleva, hecho para estas pistas.
Llegar a la playa
es de final con tutti: de golpe frente al océano y la campiña tipo que verde
era mi valle
Después de la
caminata a la punta de llegar a los extremos, nos zampamos un bocadillo de
queso con anchoas de campeonato. Frente al mar océano. ¿Quien ha dicho que los paraísos
ya no existen?
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