Si no
aparece algún nubarrón de la vida un día de estos salgo camino de Islandia. He juntado
suficiente plata como abandonarme un mes por las tierras altas de esa isla.
He
leído este invierno todas las guías publicadas en distintos idiomas europeos en las que además de copiarse con placer proponen
preparar el viaje a conciencia. Uno, que es de la cofradía del pasaporte,
tarjeta de crédito, maquina de fotos y el resto ya se vera, se lo ha tomado
esta vez en serio.
Mire,
mire, que puntas mas hermosas me he agenciado en la ferretería de la
esquina para anclar bien la tienda en la que voy a intentar dormir esos días.
No oiga, que ya se que algún afortunado no se entero y se paso una semana
durmiendo en una tienda de Decatlón. Pero treinta días son muchos. Y en
Islandia, siempre, el viento te recuerda que eres minúsculo. O al menos eso dicen unos y otros.
¿Exageración?
Cierto. Solo hasta que la ola que a veces llega, te coge. Por eso nosotros, preparando. Puntas de ferretería con las que clavar la tienda en suelos donde el
aluminio se tuerce. Mientras la mitad ríe, la mitad asiente. De vuelta, le
contare si fue medida exagerada o necesaria. De momento el publico si esta de
acuerdo en una cosa: si la aduana te pesca los chorizos, te los confisca sin misericordia.
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