Aunque
los turistas entran por el aeropuerto de la capital, la mayoría de los viajeros
entran por este fiordo en la región oriental del país. Todos, después de
soportar el control de los aduaneros
islandeses -que poco trabajo deben de tener ya que se dedican a controlar
que no pasemos chorizos- salen de estampida. Dos días de crucero y ya les pesan
las piernas.
Corriendo
se van a los supermercados de Egilsstaoir. A abastecerse de casi todo lo que les
pide el cerebro ya que hambre no han pasado. Allí compran a precio de centolla
de la ría los chorizos como los que les han confiscado. Primera lección de Islandés:
el robo civilizado de los vikingos.
No crea
que les sale barato llegar. Antes han tenido que cruzar un puerto de montaña de
esos en los que se te suben como subes. Cuando comienzas la bajada. Entre la
nieve que en el mes de julio todavía estaba. Castigo de dioses encabronados.
Volverán
a embarcar para el regreso. Como el Norrona parte muy temprano, y los controles
exigen estar presente en el muelle tres horas antes, los viajeros llegan todos
el día anterior. A la búsqueda de un lugar donde bien dormir. De golpe ven lo
que negaron. Lo que han perdido. Todos se apuran a gozar algo en las pocas
horas que les quedan. La noche antes de la partida del ferry el pueblo entero
es una fiesta.
Seyoisfjorour
es un pueblo hermoso. En su tiempo de pescadores. Hoy vive del ferry y el
turismo. Tiene una hermosa costa. Unos acantilados con rutas de travesía que
merece la pena patearlas. En medio de la nada, un juego de música para su voz y su oído. Por allí llegan los vinos y
de antaño los libros de Europa. Un trozo de libertad entre unas tribus que se
cultivaban con la lectura de la biblia. Algo les ha quedado de rebeldía. Si pasa por allí, pare
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