Le llaman la cascada de los dioses. El pueblo lo relaciona con la
hermosura del lugar. Como siempre, estafados. La historia va de otra cosa. Allí
ahogo un tipo inconsciente, de los muchos que pueblan la mitología, a todos los
dioses primitivos de los viejos islandeses en nombre de la creencia: el líder -dios- único; la mala nueva que les trajo el
cristianismo.
Con los años no hemos avanzado nada. Seguimos encumbrando a estos
energúmenos que contra la lógica de la razón que sabe que en le variedad esta
la salsa de la vida, se empeñan en vendernos verdades únicas. ¿A ustedes le
saben todos los polvos iguales? Pues eso.
No crea usted que andando por allí se me ocurrió pensar en los mentecatos de los podemistas que militan en la cofradía del pensamiento jacobino único. Esto vienen de ahora, relajado en tarde de domingo pasada por agua y rodilla que se queja del maltrato de las cumbres islandesas.
Allí, cuando saltaba entre roca y roca de negro azabache, lo único que estaba presente era si los dioses ahogados en la corriente seguían vengándose y mantenían el paso de la pista F26 cerrada a cal y nieve. La carretera. Haz camino. La vida.
Cansado de contemplar el agua y de dar saltos de cabra, cuando el orvallo
arreciaba, me metí en el bar que hay al lado del puente que cruza el rio a degustar
uno de esos asquerosos cafés que beben los islandeses. Clavado de una chincheta
a una columna estaba esta vieja foto de cómo alguna vez fue posible atravesar
el rio. Había que estar muy necesitado para cruzar aquellas tablas. Hoy el
mundo, que sigue sin cambiar, esta lleno de necesitados. Unos necesitan llenar
el bolsillo, la mayoría el bandullo, pocos la dignidad, algunas los zapatos de tacón
y todos ellos el cerebro.
Mientras, el agua discurre. Con atronadora belleza. Si va, no se lo
pierda, a pocos metros de la ruta 1, norte de Islandia
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