viernes, 31 de julio de 2009

¿Qué barco comprar?

Arribamos a Veere, en el mar de Veerse, a pocas millas del Greveling. Un pueblo que debe visitarse si se anda por estos pagos, pero eso se lo cuento otro día.
Estaba con la niña de mis ojos contemplando estos dos soberbios Lemsteraaken holandeses.


Admirando las ventajas de la gran bañera, donde se puede organizar una fiesta. Espacio sin tener que cambiar el mobiliario cada vez que estiras una pierna como sucede en los barcos modernos.
La conversación discurrió hacia aguas sucias.
Primero tuve un Rib macarra. Me pase a un velero hermoso, Arao, de madera de roble y cientos de horas de barniz. Cansado del esfuerzo me hice con mi primer Ceive.


Aquí lo tienen resistiendo el invierno en el puerto de Ketel. Era una maravilla de acero comunista. Presto para navegar por el océano y lo que le pidieran. Incluso le pusimos motor nuevo para que volara cuando el viento se convertía en dictadura aproada. Por dentro era un mar de espacio donde dormíamos cinco sin molestarnos.
Lo vendimos cuando echamos cuentas de las horas de uso y los costes de mantenimiento. No se engañe. Un bote de postín se usa como segunda casa. Pero a no ser que usted disfrute de su pensión con salud, es la peor inversión que puede hacer. No siendo que usted la tenga pequeña y necesite enseñar por esta vía su poderío al prójimo.


Optamos por el Landrover entre los botes. Un Drascombe ingles que fui a buscar a los hijos de la gran bretaña en minúsculas. Navega en treinta centímetros de agua, veloz como un salmón plateado, marinero de trescientos kilos que no te arruina el monedero. Jamás navegamos tanto y en tantos maroceanos.
Por eso, ahora, se me levanta cuando los patrones de los grandes containers plastificados se acercan a vernos con cara de aprobación. Mi ego sube a los cielos.
Eso te lo crees tú, dijo ella. Te miran con envidia por que llevas al lado una rubia de bandera y en el bote no se ven rastros de ningún niño. Ellas, ni miran.
¿Tendré que tirarla por la borda?

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