martes, 18 de enero de 2011
Erquy
Fui con la idea de poder teorizar sobre la destrucción de un paraíso por la modernidad. Era imposible que una de las joyas marítimas del canal todavía conservara algo de los tiempos en que los pescadores no eran decorados si no actores en los pueblos de las costas europeas.
Me equivoque de plano. Erquy todavía sigue estando en la lista de paraísos. El viejo dique con su hermoso faro, hermoso por su sencillez, sigue estando donde siempre. La construcción del dique nuevo para aumentar las horas de navegación de los barcos no fue premiado con la destrucción de la tradición como acostumbran los salvajes mediterráneos. La nueva construcción del tercer dique para poder acceder durante las 24 horas del día tampoco ha cambiado la filosofía.
La capitanería del puerto sigue en su viejo local. Pesqueros y señoritos comparten los amarres sin que a ningún imbécil se le ocurra levantar un inútil y costoso puerto deportivo. El mar y su particular democracia sigue presente. El puerto sigue resguardando a los mareantes que se dedican a la centolla y el buey. Últimamente superados por los cultivadores de vieiras, que podrá degustarlas de todas formas posibles en los restaurantes del muelle. No lo haga. No saben hacerlas. Mucho les queda aprender del arte culinario de los gallegos para este manjar del mar. Atícese de centolla, raya, y otros moluscos de la marea. Si busca restaurante, no de vueltas: La Table de Jeanne, 60 rúe du Port. Comerá como en su casa baratobarato.
Antes de partir, vaya a la Cooperative du Pecheur, enfrente de la capitanearía. Podrá disfrazarse de capitán de mala mar, mareante, pescador de caña, puta de yate, etc. Pero tendrá la disculpas que quiera para comprarse un buen gorro de Sint James para tapar la orejas y evitar que se resfríe el cerebro.
Incluso para los modernos, al fondo de la bahía, en el pueblo, esta la modernidad que ha sabido inteligentemente no atacar la tradición útil.
Frente al cantico a la inteligencia de los locales, les diré que también. Pero hay más. A Erquy lo salvó el mar. El mar con sus inmensas mareas donde el agua sube y baja 15 metros. El resultado es que en bajamar, para mojar los pinreles, hay que andar más de un kilometro. Muchas distancia para los señoritos, las frustradas, y las niñas del y la capital.
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