jueves, 17 de marzo de 2011

Viena


La grande. De imperial. Un pueblo burgués de dos millones y pico de habitantes católicos que malviven su existencia a cuenta de un pasado que sin discusión fue muchísimo mejor.
Del saqueo imperial de las plusvalías de los pueblos balcánicos les han quedado los grandes palacios, la ópera, las mansiones burguesas freudianas, tres gran cafés, un tejado de catedral gótica digno de fotografiar con el sol de mañana, unos museos de bandera en las antiguas cuadras del emperador, la mejor colección de pintura flamenca del mundo que usted deberá visitar antes de morirse, el canto a la republica que alguna vez levanto la social democracia de obreros hoy ya extinta.
Yo he vuelto una y otra vez. Acabo de llegar. Pero no me gusta. Me recuerda al Madrid imperial de los Austrias que tan bien copiaron los fascistas españoles. Trauma de juventud.
Viena hay que verla y patearla. Para ello debe llevar la faltriquera bien llena de euros ya que es cara. Contemplar dos cuadros de las putas abiertas de Schiele le costara once euros. Beberse un agua mineral tres cincuenta. La cerveza lánguida es más barata. Milagro del capital.
Su alemán del sur no debe confundirlos. Son una tribu de católicos bajos y morenos educados a golpe de sablazos. La burguesía reaccionaria contagio el alma del pueblo hasta convencerlos que el progreso era ser un sumiso. Hasta en eso son educados. Solo les traiciona el alma cuando aprieta la crisis o el sexo. Entonces aparece la burguesía bien pensante reconduciendo el delirio al cauce de siempre, con las vistas del baile de los debutantes que tanto copio la derechona hispánica.
Para entenderlo debe visitar la Staatsoper. Necesitará más de 150 euros para oír a Verdi o Wagner. Pero subiendo por sus escalares entenderá que tras el teatro de la iglesia la burguesía la ha relevado vendiendo las imágenes del Hola como nuevo opio del pueblo.

No hay comentarios: