En los años de gloria fue considerada el mayor teatro del mundo. Tuvo que crecer hasta llegar a lo que hoy es. Desde el XI, a ser considerado patrimonio de la humanidad por la Unesco, ha llovido de todo en sus adoquines. Desde los primeros muertos de la inquisición imperial española, hasta los desfiles de los poderes de la patria de ellos mismos: su capital. Sus mansiones albergaron el poder de la burguesía bruselense – no confundir con Bélgica-. La casa del Rey, simbólicamente llamada la casa del pan, no era la mas portentosa.
Hay quien la considera bella. No lo es. Es inmensa. Ceremonial. Imponente. Asoballa la eyaculación exhibicionista de los capitales que la construyeron.
Hoy esta llena de turista y carteristas. Es el juego diario en la plaza. Manadas de turistas de todas las latitudes que fotografía la piedra gris y los dorados del contrapunto. En sus terrazas adornan los latinos su permanencia detrás de las gafas de sol.
Hay que verla. Luego piérdase por sus calles laterales. Para volver a entrar en ella y darse cuenta de las dimensiones del poder del capital que la creo. ¡Cuánto palacio de invierno queda por derruir! ¿O era tomar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario