sábado, 4 de febrero de 2012

La hora de los cuervos


Hace años, pateando Irlanda, vi por primera vez en unos acantilados unos cuervos, parecían cuervos, de pico rojo. Eran chovas piquirrojas. Como más tarde descubrimos por los Picos de Europa. No las he vuelto a ver. Aunque según los libros haberlas, las hay. Un pájaro hermoso. Moderno. Vestido con elegancia. A la moda. De negro impoluto y contraste rojo anarquista. ¿Qué más quieren?
Desde aquella oteo todo vuelo de cuervos que encuentro por ese mundo adelante. Ya sabe usted que los cuervos tienen mala prensa. Como todos los inteligentes. Mientras tanto siguen creciendo y multiplicándose. Indiferentes al discurso angustiado.
Estas tardes de invierno, en la playa de Wissant, compiten espacio con las gaviotas y petreles que los temporales han traído a la costa. Antes de que desaparezca el sol, se levantan en tropel para graznar a los últimos rayos. Solo les falta el pico rojo para construir el perfecto baile revolucionario.

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