martes, 29 de mayo de 2012

Del aranque a la tortilla


Que vamos degenerando ya lo sabían todos. Incluso los que tienen media neurona funcionando a tiempo parcial. No hace falta ser nada listo para saber que Bankia y similares se ha ido al carallo por la rapacidad de unos tipos que mayormente se asocian con la derechona y los gaviotas de gomina. Incluso los que tienen la memoria frágil por falta de uso o estomago agradecido, saben cómo el resto que la cosa empezó cuando el retaco aquel castellano decidió curar su narcisismo fracasado poniendo los pies en mesa ajena. Error de nuevo rico.
Cuando yo tenía dieciséis años ya les contábamos a los tipos de la misma tribu, que andar detrás de los coños de las hijas de la armada, esencia de la patria, la línea recta, y las buenas costumbres, era una idea nefasta. Abrir se abrían, pero a fuerza de perder el  tiempo en romerías y novenas, para despistar. Ellas. Sabían a rancio antes de usarlos. Aprendimos a disfrutar del  alegre, limpio, festivo,  coño proletario, que se abría al grito de esto es lo que hay entre los grelos de las leiras de Santa Mariña. Sin engaños ni inflación de lo que no había.
Ustedes preguntaran que tiene que ver el sexo con la política. Todo. Si no te dejan meterlo donde fantaseas, o que te lo meta el que te gustaría, perdonen las ninfas por la metáfora machista, los resentidos de toda casta se dedican a meterlo en sucedáneos en vez de preguntarse porque no entra, porque no se abre.  No es que metan la mano en lo que no es de ellos. Es que meten todo en todo. Y lo anuncian al por mayor.
Luego vienen los gacetilleros, esos mercenarios de la pluma que paga, barata, el capital, y nos lo vende como la nueva pirámide del milenio. Allá van todos a copiar.
Hace tiempo, antes incluso de los dieciséis, cuando pateabas por las calles del Ferrol proletario y las tiendas se llamaban ultramarinos y coloniales, admirabas las cajas de arenques expuestas en la puerta. Eran aquellos peces que comprabas a mazo, envueltos en papel de estraza, que se comían con pan de millo, maíz para los no dados a los idiomas, y vino romano con gaseosa feito en Betanzos.
Lo otro, lo de la tortilla, no tenía mérito. Las patatas las daba la tierra, casi gratis. Los huevos también. Que aunque vinieran de las gallinas, toda casa se alimentaba de su corral. Éramos autosuficientes para no morir de hambre ni de miseria intelectual. Lo que teníamos era nuestro.

Luego nos intentaron convencer que la tortilla no solo era patria si no  manjar. La empaquetaron de lujo, los huevos se volvieron de oro visto el precio, y los muy gilipollas dejaron de enterarse que donde están las proteínas es en el arenque. Ese pescado que viene del mar que es nuestro. Aunque también nos lo quieran robar. Como el dinero, ahorro, de las cajas.

No hay comentarios: