Me cuenta una de las ninfas que me lee que estoy a la última
moda. Esa que marca la hoja parroquial de El País.
A lo que íbamos: los jóvenes vuelven a lucir barbas. Lo
de jóvenes no vea como me empalma. ¡Siempre a la vanguardia! ¡Hasta en eso de
la juventud! Revertida.
Pues no sé que decirles. Las barbas de navegantes y
viajeros, cofradía en la que milito para desesperación de hembras finas, son un
incordio. Cada vez que se cruza una frontera, una aduana, un aeropuerto.
Frente al goce superior de no tener que maltratarse todas
las mañanas delante del espejo jodido que sin preguntar te comunica que te estas
haciendo viejo, gordo, feo, demasiado alcohol ayer, etc, etc, está el aduanero/a
de siempre, ese hijo/a de puta altivo/a.
Ese cabrón que despierta de la modorra cada vez que
vislumbra en la cola un barba portante. El posible terrorista que lo redima de
la monotonía de controlar las caras de esos desagradecidos que siempre tienen
prisa; esos desgraciados que no valoran el trabajo sublime de defender las fronteras que ha puesto el amo que le paga
y que jamás son las que hay.
No importa a donde vayas. En USA miraran con lupa si llevas
un Corán en el pensamiento aunque arrastres la medalla de la Virgen del Carmen
que te puso tu madre al cuello cuando naciste. El alemán prusiano te colocara
el pasaporte debajo del mentón y te mirara hasta el aburrimiento con sus ojos
de azul asesino. El turco no te mira. Hojea hasta el aburrimiento el pasaporte.
Hasta que decide. Si que tu entiendas por qué. El hispano arrogante pregunta y repregunta. Quiere saber todo.
Hasta lo que ganas. Insiste. Siempre te revolverá la maleta que tanto trabajo
te ha costado cerrar. ¡Bienvenido a la Gran Bretaña! La próxima vez vuelva
afeitado y no lo incordiaremos preguntando que se a perdido por aquí…
Ya lo sabe: si quiere ser terrorista, o cruzar gacelero fronteras,
no siga la moda. Aféitese o se arrepentirá. ¿Entiende usted por qué?
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