Hacia mas de veinte años que estuve allí. Recuerdo
vagamente la última vez. Muertos de agujetas después de subir –y bajar- el
monte del Pindo, con la tropa Compostelana y Cristina como señorita. Era el
ritmo trepidante manu militare que imponía don Camilo, el campesino de
Centronha.
Muros era un puerto mítico. Un pueblo mítico. Una ría mítica.
Era el principio del mundo donde los mareantes sacaban peces serios. Con las
pescantinas en los alrededores de la lonja que te vendían lo que quisieras. Los
bares y tabernas bajo los hermosos soportales, donde alguna vez colgaron las
redes.
Volví este verano. Camino de Cabo Vilano, Fisterra, Camariñas,
A costa da Vida. Seguía como siempre. No piense que anclado en el pasado. La
modernidad de su flota, esos portentos de acero para marear las olas no
permiten juegos baratos. Muros sigue siendo potencia en el arte de vaciar el
mar. No lo duden. Lo que conservan es lo otro. El arte de vivir. El beber la
Estrella de Galicia bajo la sombra de sus arcos multiusos: Lo mismo protegen
del sol que del chubasco. El no haber permitido la destrucción del pasado por
la falsa modernidad. El orden granítico.
Si puede quédese por ahí. Cerca le queda Louro. Puede
dormir en el Convento de los Franciscanos. O montar la tienda en lo que otra vez
fue el huerto del convento. Pierda el tiempo en patear la costa. Las antiguas pesquerías
del catalán imperialista. Escuche las historias de los últimos balleneros del país.
Contemple las viejas fotos de las proletarias que envasaban las sardinas del
Sr. Calvo, el viejo, que el de ahora es impresentable… Puede buscar sus
destinos en las guías de viaje. Pero se lo perderá casi todo. Muros es eso:
Granito a descubrir
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