Escondido entre las casas se encuentran
los patios de San Paul, en la calle del mismo nombre. A un paso del Marais. Pegado a la Casa Europea de la Fotografía. Ahora que somos modernos, le llamamos village. Suena imponente. Allí alguna vez hubo un convento.
Hoy presume de tener 60 comercios. Más bien pequeños tugurios donde venden lo que pueden. Ya sabe: abalorios de oriente vendidos como artesanía popular. Juguetes realizados por niños hambrientos que tanto gustan a las hembras nuestras que se pirran por lo étnico. No se me ponga usted moralista, que sin trabajo los hubiera llevado el hambre. Algún anticuario. Dos
galeristas especializados en
fotografía. (Una de ellas cuelga estos días las últimas fotos de
Marilyn). Y muchos bares. Deliciosos bajo el sol asesino. Igual de deliciosos bajo el toldo con estufa que todo lo reconforta en el comienzo del invierno. Excelentes para tomarse una ensalada o releer los escritos jóvenes de Don Carlos.
El público que lo visita pertenece a los ilustrados de Europa que se escapan de las masas del Louvre y las fotos del Sena. Allí no encontrara aglomeraciones, gitanos que buscan su cartera, ni rusos enloquecidos. Todo lo mas los enamorados hambrientos del sur y algún yanqui que se comporta. El resto es, producto nacional.
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