Se empeñan en decir que es la capital de Suiza. Suiza no
tiene, militantemente, capital. Es un concepto distinto. Del estado confederal.
Imposible de entender para los educados en la unidad indivisible de la patria;
la de ellos, los que viven de ese cuento chino.
Berna es la sede del gobierno de la confederación. Que no
es gran cosa. Coordinación no más, ya que cada cantón se gobierna según su
propia neurosis.
Berna es vieja. Muy vieja. Viva y coleando. Moderna. Dinámica.
Respetuosa con el pasado. Sobre el que sigue construyendo su existencia. La
ciudad vieja ha sido declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. La
cosa viene de los tiempos en que como ciudad medieval creció sobre un meandro
del rio Aar. El rio siempre presente allí abajo. En los meses de verano puede
usted dejarse llevar por la corriente desde la escollera hasta los puentes, más
allá de los osos. Es una de las diversiones para locales y turistas. No se fie
del todo. El agua puede estar muy fría.
Se quemó en el año 1405. Entera. Era madera pura. En la más
pura tradición Suiza. En la misma tradición la reconstruyeron completamente. En
arenisca para no tener que volver a repetir la jugada. De pie desde entonces, con
sus adoquines pulidos que le dan una belleza especial en las mañanas de rocio. Está
pensada para recorrerla bajo los soportales en los días de lluvia y nieve. Es
lo que hay. Si la suerte le acompaña salga al medio de la calle para contemplar
los reflejos del sol en las piedras. Da otro aire. Otra ciudad.
Los turistas estropean las cervicales mirando el reloj
que anuncia lo que no da. O se maravillan delante del pórtico de la catedral gótica,
que si hay que contemplarlo; el pórtico policromado. Pero hay más, mucho más.
Se lo iré contando si la paciencia le crece algo.
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