El pueblo se desliza por la calle principal. Que
siguiendo la tradición de repartir se llama Spitalgasse, Marktgasse, Kramgasse,
Gerechtigkeitsgasse, Nydeggbrucke. Una larga calle, a parroquias, que siempre fue la arteria principal de la vieja
ciudad medieval.
Repartir es evitar conflictos. De eso saben los habitantes
de la Europa profunda. Acerca también la precisión del lenguaje. El pueblo sabe
dónde está la calle del mercado, el
juez, el hospital. Más acogedor que la calle del caudillo.
Claro que como siempre hay otra calle o calles donde la
vida tiene otro ritmo. El ritmo. Con mayúsculas. Es la historia de siempre. El
que se lleva la fama y el que la hace. En Berna se llaman de siempre
Junkerngasse, Munstergasse, Amthausgasse. Es la calle trasera. La de la vida.
La que recorre la plaza de la catedral. Donde hoy todavía, cada día, sigue
habiendo un mercado exquisito donde los artesanos suizos venden sus quesos,
embutidos, vinos, zumos, mieles, juguetes…Es la misma calle donde los artesanos
de siempre, en la modernidad disfrazados de “creadores” venden los vestidos, la
orfebrería, el diseño de buen gusto y peor precio. ¡La imaginación y la creatividad
hay que pagarlos hermanos!
Así que si va, que debería de ir, pierda el tiempo
contemplando los puestos de los vicios mas irresistibles, pero no deje de
perderse delante de los escaparates de la generación que sabe compaginar la tradición
con la modernidad con gusto exquisito. ¿Entiende usted porque hay países boyantes
y países arruinados? Eso.
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