Para comenzar bien el año, sin reseca y frescos de una buena
dormida, amanecimos temprano prestos a caminar de Wengen a Murren. El plan era
descender de los 1274 metros de altitud en Wengen hasta los 796 de
Lauterbrunnen y trepar de nuevo hasta los 1634 de Murren, al otro lado del
valle.
Aunque en la montaña tanto como el mar fiarse de los meteorólogos
es lo mismo que creer lo que dice el gobierno, el día se presentaba bueno. Hace
días que no nieva. Las temperaturas son altas. Los caminos están limpios de
nieve.
En vez de optar por la vía rápida y descender hasta
Lauterbrunnen en el tren de cremallera, decidimos patear el poco transitado
camino. Nadie lo usa. Excepto los apasionados en el verano. Y ni eso. Algún
campesino que mete su todo terreno por esas endiabladas cuestas para llegar a
sus cuadras. Una pista galaica para los enterados, ¿sabe?
Si no fuera por los crampones y los bastones que llevábamos
no lo hubiéramos conseguido. Si, el camino estaba casi limpio. Excepto en los
lugares de sombra. Convertidos en auténticas pistas de hielo complicadas por la
pendiente; en algunos casos de rómpete el alma y el sacro.
Mereció la pena. Es un trayecto hermoso. Marchas todo el
tiempo entre los árboles que en verano protegen del sol melanomatico de los Alpes,
y en invierno de la nieve cubre todo. Contemplando las paredes verticales de la
montaña que excitan a los descerebrados exuberantes de testosterona. Llegamos a
la estación de Lauterbrunnen para comenzar a trepar hacia Murren. Eso fue otro
cantar. Otro dia.
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