Se lo conté hace algún tiempo en estas páginas. Allí
inventaron los ingleses esto del esquí tal y como lo conocemos hoy en día. No
confunda. No me refiero a deslizarse ladera abajo encima de dos tablas. Eso fue
necesidad antes que deporte. Me refiero a bajar y arriesgarse a romperse la
crisma como ocio.
Les guste o no, la historia se puede manipular pero los
hechos son duros: En Murren se reunían los señoritos anglos bajo el nombre de
club de esquí de Kandahar, que si no le suena le diré que queda, exactamente,
en Afganistán. Ya ve usted que gustos tienen los hijos de la Gran Bretaña.
Hoy sigue siendo lugar de enterados y privilegiados. No
confunda con caro. Los señoritos del euro fuerte y los hispanos del pelotazo,
que son abundantes oiga, se pasean por Wengen, que es la moda, lo fácil.
En Murren los tipos y hembras que pasean por las corredoiras
en marcadas por las hermosas casas de madera portan otras gafas, visten otros
uniformes, lucen otros gorros. Incluso en los bares te venden el vino que vino
de la tierra y no de la multinacional por mucho que lo anuncie el canalla
Parker.
Allí fuimos.
Recorriendo el largo camino que paralelo a la vía del viejo tren serpentea la
ladera. Véalo para sacarle el gusto o para ir. Que aunque algún colega se
encuentre en el camino son tipos silenciosos y educados. Esos que como los de
mi tribu, saludan con un “bon día”. Aunque sea para asegurarse que como ellos
piensan usted no es más que un puto turista, un extranjero.
Donde no lo consideran a usted turista es en el Restaurante Stagerstübli. El mejor café del pueblo lleno de locales y andantes. Este año
sigue igual que el pasado. Nos dimos al queso y el pinot gris, que tras tamaña
caminata no hay nada más agradecido que cuidar el cuerpo.
Volvimos cogiendo el tren, que lo nuestro no va de
masoquistas. Volveremos, quizás, o no se sabe, o lo que sea. Pero si hay algo
que hacer en Suiza, se lo aseguro, es tomar alguna vez el largo camino a
Murren. Aunque se repita. Como yo.
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