martes, 1 de enero de 2013

En Suiza


 
Es el país del orden. La eficacia calvinista. Aunque casi la mitad sean católicos padre yo me acuso de mangante. Tienen mala fama. Aburridos. Salvajes. Nacionalistas. Muy de ellos. La envidia de todos. Lo que quisieran ser y por mucho que les copien jamás sale igual.

No tiene ningún truco, conste. Los hablante franceses dominan los bancos y las cuentas del prójimo. La pandilla alemana se hizo con las fábricas y la industria. Los dos o tres italianizados le enseñó al resto a comer y beber. Los romanescos, pocos y callados, explicaron que todo es posible, hasta la perversión más extremas siempre y cuando usted se lo monte en privado.

Para disimular se han adornado con unas cuantas vacas, unos prados que la mayor parte del año  se ven de blanco, una carne de primera, quesos que aburren, cerveza insufrible, vinos, van aprendiendo… Viven de rico siendo ricos. En vez de pagar seguro de desempleo te ponen a trabajar de abre puertas de los trenes que siempre llegan a la hora nieve o salga el sol; o de barrendero de tu calle. Pero parado no, parasito tampoco.

Por un quítame unas pajas te organizan un referéndum para optar por lo que sea, que la democracia delegada hace parásitos y buitres, y no hay nada mejor que el pueblo opine aunque parezca que son conservadores y de derechas.

Olvídelo. Aman lo suyo. Se cuidan entre ellos. Te permiten vivir siempre que no jodas al prójimo. Dieron de comer durante años a media Galiza que descubrió que allí, entre vacas y prados existía un paraíso. Muchos se perdieron y mantienen que no saben cómo se vuelve. Hoy, fuimos.
 
 

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