El mundo sigue repitiendo: allí no hay nada. ¿Nada? Una estación
del ferrocarril con más movimiento que la de cualquier capital de provincia
hispana. Cruce de caminos y caminantes. Varias panaderías. Un carnicero que además
de solomillos a precio amable le vende las pieles de las ovejas para calentar
el trasero o una de buen (ex) conejo para calentar dedos u orejas. Dos
supermercados, farmacia, puesto de policía, medico, garaje, prensa y libros,
zapatero y zapatillero, parada de autobuses, ferretero, escuela, biblioteca municipal
y videoteca, rio, cascadas varias, campo de futbol, hotel, caja de ahorros y
banco, café, bar, centro cultural…nada. Allí no hay nada.
¿Cuántos nadas conoce? Pues el viajante se empeña en
asegurar que allí no hay nada aunque tengan de todo lo necesario para ser
feliz. Un inmenso entorno natural donde la vida fluye con tranquilidad sin que
se les contamine el alma ni el cerebro. Con trabajo donde te da el intelecto. Donde
el ultimo que se murió de hambre fue a principios del siglo pasado.
Pues nada, la teoría de negar la existencia de algo más
interesante que el pelotazo de plástico que tanto atrae a las almas latinas.
En Lauterbrunnen, donde habiendo de todo no hay nada,
dejamos aparcado el coche para subirnos al tren de cremallera que a paso de
cabra nos lleva a Wengen donde tampoco hay nada
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