Para no confundirse: el enamoramiento es un estado de
imbecilidad transitoria. Nos lo conto el señor Sthendal de pequeños. Cuando leíamos
la excelente edición de “Del Amor” publicada en
Alianza con prólogo de Ortega. Luego la vida vino a demostrarlo. Siguen sin
querer enterarse.
Alguna vez les he contado en esta hoja la moderna
costumbre de los enamorados de encadenarse en los puentes mientras polucionan tirando
las llaves el rio. Paris, Florencia…Como no podía ser, lo más bestia, eyaculación
de poderío, es el muro de la imbecilidad que se han montado en el puente del
ferrocarril a la salida de la estación de Colonia.
No son solo alemanes, no crea. Los hay de todas las
nacionalidades posibles. El toque de lujo solo se nota en los espabilados
ferreteros que gravan los nombres de los amados al instante. Aunque como
siempre, los elegidos, busca el modelo distinto. Los sibaritas lo imposible. Tómese el tiempo y repase las
fotos que les he puesto. Hay de todo.
El puente sobre el
Rin es gigantesco. Esta lleno a más no poder. En días soleados una masa se
mueve mientras contempla los candados como obras de arte. Es la nueva cultura.
Lugar de culto más concurrido que la cercana catedral. El espectáculo también da
para vivir los dramas de la vida. Los padres que cuelgan unas rosas por los
fenecidos tras buscar el cando imposible. El que contempla que el
candado sigue cerrado pero más no hay.
Entre el traqueteo de los trenes, las gaviotas que vuelan
bajo, el curiosear de los ociosos, las terrazas en la ribera que invitan a
sentarse, llévese a Sthendal para leerlo al sol y que no lo engañen. ¿Atar? Al amado. No al puente
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