El etnocentrismo, ya sabe, mirar el mundo a través de su ombligo,
relanza la polémica. ¿Cómo es posible que en el siglo veintiuno las mujeres se
cubran de pies a cabeza? ¿En nombre de la religión, el patriarcado, la costumbre
reaccionaria? Es asunto delicado.
A las hembras que me acompañan en mi paseo por Istanbul
les horroriza tener que cubrirse con un pañuelo que si usan, de cotidiano, es
para proteger la garganta en los fríos inviernos nórdicos. Haciendo exceso, de
elegantes, a modo de rebeca, cuando pasean a beira do mar de fora en los
veranos galaicos. Uno, por mucho que les cuente que en los 60 todavía se
estilaba en Europa la pañoleta multicolor, no encuentra compresión y si
insultos.
Las turcas argumentan que es cultura y tradición. Algunas
de bajinis, imposición. Les guste o no, el gobierno conservador turco les ha
vuelto a meter el pañuelo en los últimos años. Antes, al menos en Istanbul, se veían
pocos. Lo de “meter” es un arma de doble filo. La mayoría de ellas lo llevan
porque quieren. Muchas incluso lo reivindican. Se sienten más seguras en la
calle, tapadas de pies a cabeza, frente al macho testosterona que todavía no ha
sido educado en la contención. Razón no les quito.
Mantener que las turcas son mojigatas es no querer ver el mundo. Solo hay que pasearse por las calles de la zona comercial del bazar para contemplar la explosión de tiendas de lencería multicolor que tanto entusiasman a las musulmanas. Pero hay más. Si usted se fija, por la calle, descubrirá los juegos del erotismo turco, que no es el nuestro. Mientras que hemos simplificado el juego erótico al desnudo puro y duro, el turco cultiva la ocultación musulmana como objeto del deseo.
Mantener que las turcas son mojigatas es no querer ver el mundo. Solo hay que pasearse por las calles de la zona comercial del bazar para contemplar la explosión de tiendas de lencería multicolor que tanto entusiasman a las musulmanas. Pero hay más. Si usted se fija, por la calle, descubrirá los juegos del erotismo turco, que no es el nuestro. Mientras que hemos simplificado el juego erótico al desnudo puro y duro, el turco cultiva la ocultación musulmana como objeto del deseo.
Fíjese en esa hembra de pañuelo deseo y estiletes finos.
Paseaba por el muelle del Istanbul asiático. Allí donde vive los turcos venidos
de Anatolia. Nadie la importunaba. Iba vestida según la norma. Hermosa, bien
conjuntada para los gustos locales, perfectamente maquillada, marcando en
bamboleo de sus caderas al ritmo que marcaba la larga falda floreada. Un
monumento de mujer. De pies a cabeza. Hembra femenina e independiente. Tapada
de pies a cabeza. ¿Entiende?
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