Pensar que solo los europeos tienen derecho a vivir bien
es un síntoma de imbecilidad. Si usted prefiere diremos etno(euro)centrismo.
Eso que su abuela y la mía definían como mirar el mundo a través de tu ombligo.
Los pueblos atrasados, con esto de la globalización, se
apuntan a la carrea con pasión de principiante. Es insoportable. No, no saque
conclusiones equivocadas. A mí que se hagan de oro me parece muy bien. Pero en
la economía clásica, el llenar la faltriquera, se ejercía a base de llenar la
hucha –peto si es usted galaico portugués-. Siempre fue así. Es la base que
sustenta las grandes fortunas. Las grandes corporaciones. Los suelos firmes de
la riqueza común. El ahorro del pueblo que hoy quiere comerse la banca de las
preferentes.
Que usted, ahora, este rodeado de los del pelotazo por
todas partes, es nuevo, de duración corta, sin futuro, y ya ve, sufre, las
consecuencias. Uno detrás de otro cayeron y caerán estos gigantes de barro.
Pues viajando se encuentra uno con una cantidad de
aprendices de estos hijos de mala madre que no vea. Llegas a Istanbul
hambriento. Te sientas en un chiringo al lado del Bósforo que ni carta ni papel
tiene. Venden pescado frito, pan y cerveza. Te lo hacen al momento. Está a
rebosar de locales. Ingles saben que existe, solo hablan turco. Te explicas con
las manos y los gestos. Todo sonrisas. Hasta que llega la cuenta. Un solo número
escrito en un papel pringado de aceite: 235 liras turcas. Divídalo por la mitad
para sacar la cuenta en euros. ¡Pero será joputa el turco! ¡Por media docena de
xurelos mal paridos!
Aprenda hermano. La próxima vez gástelos en un
restaurante de postín en Paris. Que le darán exquisito vino y mejor manjar por
el mismo precio. ¿Se me queja? ¿Quién lo ha mandado ir de explorador a las
ultimas fronteras que ya no existen? ¿No sabe que hoy Istanbul es destino de
modernos con carteras petulantes, esos, los hipsters ahorradores que se orgásmizan
de nuevo con lo etno? ¿Qué etno?
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