Volví a Istambul. Ultima frontera de la Europa vieja.
Ciudad milenaria a la que los sátrapas del delirio religioso le cambiaron el
nombre sin saber porque. Sigue estando allí. En la ribera del Bósforo. Frente
al Asia que tampoco lo es. Por mucho que se empeñen las guías de viaje. Al otro
lado también ha llegado Istanbul.
Una vez fue una ciudad frontera. La Constantinopla de los
griegos. La que levanto catedral bizantina. La de los frescos policromados sin fondo.
La de las culturas multicolores. Gran bazar del Mediterráneo.
Ya no existe. La mataron lentamente unos y otros en
nombre de su religión y su estupidez. Disfraz pudiente de sus dineros. De lo
poco que le quedaba le dio el tiro de gracia el turismo de los posmodernos y la
patada asesina la masa que va detrás.
Volver es malo. Los humanos practican entre otras
imbecilidades el culto activo a “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Es el
romanticismo que niega que todo discurre y pasa hasta convertirse en nada, lo
que siempre fue. No hay que desesperarse, de la nada es de lo que sacamos la
fuerza para vivir en este sinsentido que tanto placer puede darnos, cuando se
desparrama. Usted lo sabe.
Volver es malo ya que produce el síndrome de Ulises. Los
psiquiatras lo describieron para contar las miserias de los emigrados. Puede
aplicarse a la población general. Es la historia de mi tío, por ejemplo.
Después de probar suerte en varios ruedos le tendió la fortuna la trampa de
mantenerlo de fartura en el puerto de Scheveningen, donde amanso fortuna para
levantar castillo en la patria. Cuando retornó, de jubilado joven, salió escopetado
de vuelta hacia los mares del norte. ¡Aquel país no era el suyo, menudo timo,
se lo habían cambiado! Si, treinta años después las lecheras ya no te llevaban
a casa la leche con manteiga. Ahora la
vendían en bolsas de mala muerte y sabor apestosamente descremado.
Usted jamás deberá hacerle caso a un psiquiatra – de los
psicólogos ni hablarle, tiro en la frente o colgarlos- pero en una cosa si
tienen razón: La memoria es nuestro mayor enemigo. O amigo, según los casos.
Disfraza la realidad de forma asombrosa y sistemática. Nada de lo que usted tiene
registrado en su cerebro pasó. Lo que usted cuenta, sus recuerdos del pasado,
es lo que usted quiere ver. No intente disimularlo.
También mis recuerdos de la Constantinopla que vivi una
vez. Por eso volví. Por eso veo otra cosa. Ya que aquello, que vi, no existió jamás.
De lo que si estoy seguro es que de aquella no había tanto imbécil detrás de una
guía de viaje. Indiscutible es que de aquella, nadie, me tomaba por una cartera
andante. Hoy si, hoy valgo lo que abulta mi cartera. Es la tragedia de los
pueblos románticos, de los barbaros fronterizos: a menos que te descuidas abrazan
con imbecilidad infantil la destrucción del capital.
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