martes, 15 de abril de 2014

Hoteles para no dormir


Con la disculpa de la peregrinación anual de los loqueros de las tierras de El Rey Naranja, baje a Maastricht. Sede del firmamento neoliberal que hoy nos maltrata. Porque ustedes quieren, conste. Que votar es como un polvo. Hay que saber bien donde la metes o quien te la mete.

A lo que íbamos, allí, como siempre, hay la nada. Que es como ahora se llama a la nausea camusiana. Una aldea grande. Estudiantes ocupados. Asesinos de peatones en bicicletas. Ricas alemanes que vienen a gastar lo que defraudan en sus tierras. Lo mismo, y con exhibicionismo, en versión belga. Pensionistas holandeses que miran y no gastan. Curas mete mano y borrachos. Legiones de pleiteantes. Una de las librerías más hermosas del mundo vacía de libros. La mejor terraza de la vuelta para contemplar el discurrir de las gabarras rio arriba y abajo. Pequeños burgueses empobrecidos que se nutren de recuerdos. Ya sabe: cualquier tiempo pasado fue mejor….

Se parece en algo a Compostela: Vende el discurso del pelotazo y van todos en procesión. Nosotros también volvimos. Aunque de siempre tenemos disculpa utilitaria.
 

 
Como vamos de gratis, nos aposentamos en un hotel de precio moderado. Que presume de moderno. Hace furor con sus precios y su decoración en las revistas del país.

Lo he preguntado varias veces. ¿Usted dormiría ahí? Solo Ascárida, la mejor cabeza de A Coruña, contesto claramente que ahí, ¡no! El resto se lo está pensando. ¿Oiga, que piensa? ¿En esa cama con el ojo moderno del dios que lo vigila todo? ¿El espía moderno de la CIA? ¿Se imagina haciendo ejercicios de cama bajo la mirada perversa?

 
Para consuele le ponen un cuarto de baño modelo carnicería. De esos que se ven en las malas películas de cuchillos ensangrentados.

 
Vamos, que no dormimos y nos fuimos, repitiendo, a cenar al único restaurante de la zona donde  uno le dan de comer mejor que en su casa sin que le ataquen la faltriquera.


¿Usted a Maastricht? Pero si allí no se le ha perdido nada. El museo es edificio sin colección. El paseo por el rio no da ni para diez minutos. Los bares son de plástico. Las ninfas sin salsa. La catedral se les cae. El pueblo se escapa. El dinero fluye. En las manos de los de siempre. Dos. ¿Entiende ya porque allí se firmó el tratado ese? En el mundo jamás hay casualidades. Ahora les toca explicar a los loqueros del país porque todos los años van allí en peregrinación congreso. Pero eso es otra historia

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