Que no lo íbamos
a conseguir estaba anunciado. Ya somos viejos para creer en los milagros. Dios
no existe. El meteo siempre acierta por estos pagos. Chamonix anuncia lluvias y
borrasca para los próximos días. Vamos, que la cosa no esta para quedarse en
casa. Con el agua crecen las plantas y para taparse están los paraguas.
Lo de Chamonix se
lo cuento otro día. No éramos los únicos. Estaba lleno de locos de todos los
rincones de Europa prestos a hacer lo único sensato: mira la cumbre invisible
entre las nubes.
Usted ya sabe que la sensatez esta reñida con la mente humana. Si duda fíjese en lo que vamos votando elección tras elección. Total, que nos pusimos de camino.
Uno no es miedoso y ataques de angustia no conoce. Pero jamás he oído rugir al viento como en la Aiguille du Midi. Ni en las peores tempestades marinas he escuchado cantico más asesino. Los cojones, que normalmente me cuelga, superaron la garganta. ¿Qué hago yo aquí? Es la pregunta concordante. Ni para foto daba. Había que arrimarse a la piedra para no salir volando precipicio abajo. Para subir la tensión, como en las películas malas, se puso a nevar de forma diluvial.
Nos entró la duda metafísica. ¿Seguimos jugando a la vida o nos la jugamos? Dos minutos más tarde, ante la sinfonía de la muerte bien tocada por el viento, la pregunta se transforma en ¿nos suicidamos ahora o lo dejamos para otro día?
No somos los únicos, no crea. Los cinco héroes hijos de la Gran Bretaña que nos precedían retroceden el camino con la muerte en los ojos. Angustiados dicen que la vieron. ¡Hay que bajar a todo trapo!
Bajamos. Después de la foto. Hay que demostrar que nos quedamos unos metros más abajo. Unos muchos. Pero al menos aquí estuvimos.
Lo más curioso es que más tarde, de vuelta a casa, mirando las fotos, me encuentro esta que dice que el termómetro marcaba -10 grados . Y oiga, le confieso, jamás he tenido tanto calor en la montaña. Ni me había enterado
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