La Castellana, mentirosa de costumbre y puta de boquilla, se empeño en mostrarme el territorio donde hace la calle. De arriba a mas arriba. Cuesta va y cuesta viene. Siempre trepando. Que si la cabra tira al monte, la vida es trepadura.
Lo recorrimos
todo. De día, tarde y mas tarde. Poco había que ver entre el calor bochornoso y
la polución asesina. El pueblo se retira en la obscuridad de los cuchitriles
para respirar el vaho de los cubalibres de garrafón que es anule lo que jamás
tuvieron: cerebro.
Fuera algún
empacado intenta cumplir el ultimo target de la empresa. Las eternas madres
manifiestan alegría fingida repartiendo biberones. Los lumpen que pasean los
Adidas en los territorios esquilmados de caza. Los escolares, división ovillo o
mica versión galaica, pierden la juventud sin enterarse. Los anuncios maltratan
el paisaje.
Eso es
la calle. El anuncio eterno. Madrid presume con razón de anuncios. Unos
anuncian el producto del capital. Otros se anuncian ellos mismos. Hasta las mas
recatadas se venden en el gran mercado de la calle. Me lo explico una rubia
desconocida en una terraza de achicoria. “ Nos vestimos para las otras; ellos mira
siempre. Imposible objetar semejante manifiesto contundente.. Es la vida de la
puta calle. Con anuncios.
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