Pasaporte,
faltriqueira da prata, traje de aguas y diluvios, cámaras de fotos y mac, gorra gorro y bufanda. Plumas
y plumones. Siempre lluvia y viento. Siempre sol. Ese sol siempre sale. Aunque
a veces no se vea.
Subimos el Land Rover al ferry de Ijmuiden- Newcastle-upon-Tyne, en tierras de esclavos. Desconocemos
si es lo barato. Es lo lógico cuando el minutero marca las horas. Puede usted
llegar por las tierras de la reina vieja pero no debe olvidar jamás que para
ellos Escocia no existe y las carreteras mas allá de Glasgow son corredoiras
que ya ni los gallegos, otros parias de
la periferia atlántica, estilan. La carretera de Dover a Edinburgh deja de ser
autopista al pasar la frontera escocesa. El camino a Glasgow sigue la ruta del
atraco ingles. Una mareante autopista llena de atascos e imposibles. El mar ya
no es de todos pero libre de rotondas, policías, y semáforos, es rápido. ¿El tren
bajo el canal? No sabia que usted fuera rico.
Los ferrys
son un mundo aparte. Se lo contare uno de estos días. Los aduaneros ingleses
esta vez no nos consideraron sospechosos de transportar armas ni droja, con j.
Un alivio. Llovía a mares cuando llegamos. El mundo, histérico por abandonar el
acero a pesar de la puntualidad nórdica –arribada al segundo- pugnaba por salir
por donde no hay. Tardamos un rato en enfilar el camino a Edimburgo. ¿Usted ya
sabe? De rotonda en rotonda y tiro porque me toca.
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