domingo, 24 de mayo de 2015

Las Ardenas



Los belgas la cuidan como oro en paño. Con razón. Las tribus bárbaras holandesas la ocupan cada vez que pueden. Reconociendo que es uno de los últimos territorios  salvajes de Europa que todavía no ha sido destrozado.


En verano hace fresco. En invierno hace frio. El verde es continuo. El agua, desde todos los ángulos, también. Los sur europeos la desconocen. Los alemanes prefieren ignorarla. Allí perdieron definitivamente la segunda guerra mundial. Golpeados por los tanques y la buena suerte de general Patton . Luego serian desgarrados a conciencia por el  ruso cabreado. Pero eso es otra historia.

Este año celebran el 70 aniversario de la gran batalla de las Ardenas. Habrá desfiles y discursos. En el paisaje quedan los múltiples museos que exhiben todo tipo de oxido militar, los uniformes desgastados, las fotos de cómo fue. Castillos derruidos, pueblos aniquilados que jamás levantaron el vuelo, como la Roche en Ardennes, a donde deberá ir.

Fue horrible. No hace falta imaginarlo si ve la nieve en el alma de aquellos granjeros de Alabama que vinieron a perder la vida entre los granitos belgas sin saber muy bien por que.  El frio que hacia lo llevan dibujado en los rostros. El mismo que usted sentirá a pesar de protegerse con las plumas calientes de la modernidad.

Mas calientes son los buenos alojamientos belgas. Los exquisitos restaurantes. Los jabalís y sus pates. Las mermeladas de higos salvajes, las nueces recién recogida, las setas con jamos ahumado, las truchas. Los elixires de los monjes trapistas. La burgondia de la vida reposada. La música del agua. 

Si puede vaya a Durbuy y allí busque una piragua con la que descender un tramo del Ourthe.  De vuelta busque donde cultivar su estomago en alguno de los exquisitos restaurantes de sus viejas calles medievales. No se arrepentirá.

De regreso pase por Redu si usted lee idiomas. Allí le venderán por dos euros la biblioteca universal.




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