Para empezar hay
miles de paginas publicadas sobre gustos. Millones escritas. La inteligencia
dice que una cantata de Bach es armónicamente superior a cualquier grito
eritreo. La novena sinfonía de Mahler es incomparable con lamentos de la
monotonía árabe. Un Verdi, el que usted quiera, arrasa cualquier divertimento
operístico chino. Un decir. Tal acumulo de cultura solo se produjo en un lugar
determinado. Ese acumulo no fue coyuntural. Se mantiene y se retroalimenta
desde hace siglos. Amen.
Aunque usted
pertenezca a la banda de la progresía cristiana tendrá que soportar que le diga
que los niños asiáticos superan en todo a los prietos y latinos en cualquier
barrio miserable de las ciudades del mundo. No confunda.
No hablamos
superioridad biológica de nadie. El viejo Marx lo resolvió hace tiempo: de cada
uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad. La utopía suprema e
insuperable. Se le olvido que hay quien considera necesario una barra de labios
rouge y algún imbécil un Ferrari Testarossa.
La France es insuperable.
Puede usted ser germanófilo, anglófilo, pro yanqui, y si se pone pro chino.
Pierde usted el tiempo. La sociedad moderna nació en la Comuna. De aquella idea
revolucionaria nació el mundo moderno. El de la utopía de la libertad,
igualdad, fraternidad. El resto fueron copias. Adaptaciones locales al sueño
ateo de conquistar el paraíso en la tierra.
La France no fue solo
eso. Fue mantener que la vida va mas allá de generar plusvalías. Que el derecho
es a la pereza y no al trabajo. Que el amor no es libre pero sabe mejor regado
con burbujas. Que para leer un libro hay que tener glucosa en el cerebro y eso
solo se consigue después de comerse una bullabesa o un sanglier.
Para que no se le
olvide se lo cuentan cualquier domingo en las calles del país. ¿Ha visto usted
alguna vez una banda de música que se abandere con champagne en su parroquia?
Eso, ¡supreme! ¡Vive Le France!
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