Les conté que estando por las tierras de
La Mancha hay que llegarse a Le Treport. Argumentación, variada. Desde darse al
festín de devorar lo que da el mar, con el acento en unas fabulosas vieiras,
bañarse si el tiempo y el mar lo permite, extasiarse con la luz única que éxcito
a los impresionistas, contemplar al pueblo paseante, asombrarse de la
existencia de los nuevos ricos nómadas, pescar, volver a pescar, leer a Proust,
etc.
No se inquiete. Alli todo es posible. La
France no se inmuta. Jamás lo han hecho. Ahora tampoco. Por mucho que se lo
cuente la televisión. Eso es en otros sitios.
En Le Treport, no se engañen, no han
perdido el ritmo de la modernidad. Todo lo contrario. A pesar de sus piedras y
sus viejos edificios es un pueblo
moderno. Que vende el pasado empaquetado sin que usted perciba el celofán. Ese
es el truco.
Cuando se trata de adecentar los muros de
los edificios del centro no se nos tiran a lo moderno, lo lógico y sensato.
Pintan las paredes ofreciendo la imagen bucólica del siglo XIX. Cuando con el
advenimiento del tren los parisinos descubrieron que podían ir en un día, de
ida y vuelta, ir a mirar el mar. Alli empezó el turismo.
Esa es la esencia de los conservadores.
Venderle al pueblo de que siguen manteniendo la tradición, lo que no es cierto,
como garantía de seguridad. El mundo lo cree. Pero hoy alli, los que se dejan
la pasta, usted y yo, si vamos de visita es una vez mas buscando el mito falso
de que cualquier tiempo pasado fue mejor. La infamia del conservador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario